domingo, 12 de junio de 2011

12 de junio

Hoy de nuevo es doce de junio y no voy a regalarte más que estas palabras que se perderán en el tiempo. Quisiera escribirte algo que no pudieras olvidar jamás, algo que te agarre el corazón y que guardes en un pequeño rincón de tu memoria para siempre. Hoy es el día, ayer también lo fue.
Quisiera reflejar con estas letras el hueco tan grande que ocupaste en mi vida, que siempre ocuparás, no va a ser fácil, nunca se dice todo lo que hay que contar.
Es un día especial para ti, y a la vez también para mí, por seguir teniéndote cerca desde esa distancia infinita que nos separa, pero que se cimienta bajo esta consolidada amistad.
Eso es lo que necesito, eso es con lo que me quedo, el tiempo que compartimos ahora no se clava como espinas en el pecho sino que alimenta mi sonrisa cuando me detengo a recordar, cuando me paro a pensar en aquellos momentos. Cuando los tiempos vienen malos, la nostálgica invade el presente y el anhelo se cruza en mi vida…cuando te recuerdo solo puedo esbozar una sonrisa.
A pesar de que nos fuimos poco a poco, hoy volvemos a estar cerca, no hay lugar para el resentimiento, todo es tan normal.
Por esto el porqué de estas sílabas, porque fuiste dueña de esos abrazos que me hicieron sentir tan especial, porque supiste compartir tu vida con la mía, por eso te escribo estas líneas, no tiene más sentido que el que le quiero dar.
Espero que sigas luchando por tus sueños, que luches por ser feliz, que luches por cambiar aquello que no te gusta de tu pequeño mundo y que desde aquí, desde la distancia, siempre te intentaré ayudar. J Se feliz!

jueves, 2 de junio de 2011

Lágrimas de Mujer

Clara, tenía una extraña costumbre “guardaba sus lágrimas”.
Lo llevaba haciendo desde que era adolescente, en esas ocasiones que lloraba por los desamores de la edad, cuando los chicos guapos se iban con las rubias de ojos azules y dejaban de lado a las morenas de falda larga.
Su modo de proceder era sencillo, si por alguna circunstancia sabía que se pondría a llorar, cogía una botella de plástico pequeña y  allí guardaba sus lágrimas, una por una.
Clara, que pronto cumpliría los sesenta años, ya había conseguido llenar más de dieciséis botellas. No sabía muy bien que iba a hacer con ellas, no sabía si regar sus plantas favoritas con ese líquido, pedir que las enterraran con ella cuando muriera o simplemente tirarlas por el lavabo. Pero ella sabía que sus lágrimas tenían algo, no sabía el qué, pero tenía el presentimiento de que podían hacer cambiar cosas.
Esas lágrimas, recogidas tras años y años, habían sido producidas por diferentes motivos; por amores de adolescente, por la pérdida de familiares y seres queridos, por discutir con su marido e hijos, pero sobre todo, por lo que veía en televisión. Lloraba por las masacres que salían publicadas, por las guerras, por los atentados, por el 11-S y el 11 – M. También lo hacía por las noticias que llegaban de África, esos pobres niños con la tripa hinchada porque no tenían nada que comer, los vagabundos que se pudrían en las calles sin que nadie les hiciese caso.
Una tarde, Clara estaba viendo una de sus telenovelas favoritas, era el último episodio y el final fue mucho más trágico de lo que se esperaba. Ella, que ese día se encontraba un poco triste, rompió a llorar durante un buen rato junto con su botella de plástico al lado, hasta que se quedó dormida en el sillón donde solía sentarse.
Minutos después, llegó su hijo a casa, sonriente, con la cabeza bien alta y pletórico porque había tenido un gran día. Había despedido sin motivos a dos trabajadores que no le caían bien, además había defraudado a Haciendo más de un millón de Euros y acababa de firmar un acuerdo con un político para recalificar unos terrenos que poseía en pleno parque natural.
Tenía que celebrarlo, decidió darse un caprichito, así que paró en la tienda de la esquina y compro treinta magdalenas de chocolate que estaban deliciosas. Se preparó un café descafeinado de sobre y empezó a engullir magdalenas mientras su madre seguía dormida en el sillón. Las comía tan rápido que fue inevitable que se atragantase, tosía fuerte y no podía apenas respirar, cogió una botella de agua abierta que había encima de la mesa y la bebió de un trago, al instante se recuperó.
Su madre, despertó de su siesta por el ruido que se estaba montando, miró a su hijo que estaba recostado en el sofá y se dio cuenta de que su botella de lágrimas estaba vacía.
¿Qué te ha pasado? Preguntó Clara a su hijo. Él no contestaba, tenía la mirada perdida con los ojos bien abiertos y un gesto que denotaba tristeza.
Así estuvo tres días, deambulaba por la casa, por las calles, no acudió a su empresa, apenas podía dormir. Al cuarto día, fue a las oficinas de su negocio, reunió a sus trabajadores y les dijo que les cedía sus acciones a partes iguales, llamó a los despedidos los días anteriores, se disculpó y les ofreció formar parte de la participación de la empresa. Fue a la delegación de Hacienda, pagó un millón de Euros, por el camino, se encontró al político, al que le tiró a la cara el acuerdo firmado días antes y regreso a su casa.
Al llegar, preguntó a su madre, ¿Dónde están? ¿Dónde están? Su madre lo perseguía por la casa, no sabía lo que se traía entre manos. Entraron en su habitación y tras registrarlo todo, encontró un cajón oculto en el armario en el que se encontraban las dieciséis botellas llenas de lágrimas de Clara.
El hijo las cogió todas, con consentimiento de su madre, y comenzó a enviarlas una a una a varios lugares. Envió a los líderes políticos más representativos de su país, a los jefazos de las mayores multinacionales, a la Casa Blanca, a la sede de la ONU, a los mayores jeques árabes…con una sola frase “Beber esto y cambiaremos el mundo”.
Después se despidió de su madre, y partió rumbo a Haíti. Del destino de las botellas nunca más se supo…