viernes, 31 de diciembre de 2010

lunes, 27 de diciembre de 2010

Aceitunero el Sol

Me siento junto al tronco de una vieja oliva, son la una y es hora de comer. Ante mi se divisan miles de olivos que se pierden en el horizonte junto a pequeños terrenos de trigo que ya comienza a enverdecer, al fondo, la sierra con sus picos nevados muestra su majestuosidad. Miles de olivos que han visto pasar generaciones de personas, que dan color a estos campos de Jaén, que esperan pacientes el paso del tiempo en el silencio mágico de la tierra cultivada.
Bonito paisaje, a pesar de resultar cotidiano. Bonito paisaje para pensar.
Hace unos años se recogía la aceituna de forma diferente, de forma familiar. Al campo venían los abuelos, los tíos, los padres, los hijos, todos juntos a recolectar estos frutos que tras ser llevados a la almazara reportaban esos mínimos ingresos que permitían comer a todos. No había lujos, pero nunca faltaba el pan en la mesa.
Eran días para conversar, para volver a repetir los refranes de todos los años, para predecir el tiempo por la forma de las nubes. Se podía hablar, el único ruido era el producido por las varas al golpear las ramas, un ruido agradable al peinar las hojas.
Ahora no se habla, el ruido es ensordecedor por la maquinaria utilizada, apenas se cruzan unas palabras, unas breves indicaciones para realizar la labor. Todo se centra en recoger lo máximo posible.
Las cuadrillas son un mestizaje de razas, vuelven a casa en viejos coches cuando el sol comienza a ponerse. En sus caras se ve el cansancio de un día duro de trabajo, de este aire congelado del amanecer, de la escarcha incrustada en el camino, del barro provocado por lluvias pasadas, del solecillo traicionero de invierno. Pero se sienten satisfechos de conseguir otro jornal, una ayuda para estos tiempos de crisis.
Los campos quedan desiertos al anochecer, el pueblo mira al cielo para saber si hay que volver mañana, volver a estos campos que ven día a día, que recorren y labran en soledad, estos campos que vieron cuando nacieron y que no han dejado de ver nunca.
Quizás estas personas sean felices así, no necesiten otra cosa, otro lugar para vivir bien.
Son las dos, hora de volver a trabajar, quizás el próximo año vuelva a sentarme junto a este viejo tronco de olivo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

A mis 26...

A mis veintiséis, veinticinco y medio dicen que aparento, cada son más las voces que me repiten que llega el delicado momento, de retirarme de estas juventudes veniales, de sentar la cabeza, de buscarme un buen trabajo, de firmar la hipoteca.
De encontrar a la mujer del resto de mis días, de pasar por el altar, de engendrar descendientes, de acostarme cuando anochezca, de no dejar asignaturas pendientes. Ya no debo cerrar los bares, plantearme ir dejando la cerveza, dejar de quemar ciudades hasta el amanecer, esto ya no me pega.
Que debo dejar informalidades, vestir de chaqueta, peinarme como un buen hombre de bien, ir adaptándome al sistema.
Ya debo ir fijando un hogar, unas cuatro paredes que me vean envejecer, que ya no se lleva recorrer países sin saber donde caer.
Y cuando recuerde momentos pasados, recuerdos lejanos, de las juventudes tardías, no pueda evitar un escalofrío melancólico, de esos tiempos mágicos que no volverán.
Pero sin prisa, que a la vida de adulto nunca me he acostumbrado, que los años de rutina y sofá todavía no han llegado, que el cura que ha de escuchar mi si quiero todavía no es monaguillo, que el jefe que me va a explotar aun no le ha crecido el bigotillo.
Que me sigo aferrando a sueños de adolescente, me van a seguir resultando extrañas las camas donde despierte, que aún me saben a gloria esos besos que saben a Whisky barato, que voy a seguir viviendo borracho las bodas de mis allegados.
Que sigo ardiendo en deseo de ser viajero del mundo, no me canso de seguir conociendo anónimos profundos, que debo seguir adentrándome en los placeres prohibidos de la pobreza, que mi vida no está hecha para decir “Perdón por la tristeza”

Basado en una canción de Joaquín Sabina “A mis cuarenta y diez”

lunes, 20 de diciembre de 2010

¡Ay Dios!

Recuerdo mi primera comunión, mi elegante traje de capitán de la marina con un largo cordón dorado, mis amigos vestidos de igual forma y a las niñas de mi clase disfrazadas de guapas novias en miniatura con sus rosarios colgando de sus delicadas manos.
Recuerdo que cada uno teníamos una función en esa misa de domingo, unos leían breves párrafos de la biblia, otros ayudaban al cura a preparar los utensilios, y otros transportábamos los vinos en un carrito hacía el altar.
Después de probar el cuerpo de Cristo, un trocito redondo de pasta de harina que preparan en la panadería de la esquina, de hacerme mil fotos con medio pueblo, fuimos a degustar un gran banquete en homenaje a mí, en mi honor.
Era el centro de atención, mis tíos me regalaban billetes de mil pesetas, mis primos querían que yo fuera su pareja en los juegos, y todos me miraban sonrientes cuando cortaba la tarta con una espada de caballero medieval.
No sabía muy bien que se celebraba, a que se debía tanta celebración, pero fue un día muy bonito. En catequesis nos decían que era un proceso del cristianismo, un paso para acercarnos a Dios, algo que manda la Santa Madre Iglesia. Todo lo que nos contaba era la verdad eterna, el camino ideal del buen cristiano.
Pero con el paso del tiempo fui aprendiendo que la ciencia había demostrado que el hombre no se creó de un poco de barro del suelo, ni la mujer de una de las costillas del hombre, siempre dependiendo de él. Que no fue Eva la culpable de la expulsión del paraíso, ni que el creador fue a echarse una caña al bar después de seis duros días de trabajo.
Comprendí que el cura era un ser humano, un hombre de carne y hueso, que si bebe más vino bendito de la cuenta se pone ciego, que tiene necesidades fisiológicas, y que miente, rechaza, desprestigia y es egoísta, igual que lo somos el resto.
No pude entender como a lo largo de la historia las mujeres eran quemadas en las plazas de los pueblos acusadas de brujería, como eran las culpables de todos los males del universo, y como se inventaron que su función vital era satisfacer al hombre, servirlo y darle hijos
Comprendí que los tronos de las Semanas Santas, solo son figuras de madera carísimas adornadas de mantos y oros que cuestan autenticas fortunas. Que la Iglesia amasaba grandes capitales, como imposición a los ciudadanos, subvencionadas por los Estados y que muchas personas mueren de hambre bajo su principio de solidaridad.
Pero, a pesar de mi evidente laicismo, me veo incapaz de discutirle a nadie sus creencias, respeto la fe de mis mayores, sus misas, sus rezos, sus procesiones. No puedo oponerme a convivir con esto, la devoción de los creyentes, el sentimiento de protección espiritual que le da la fe. Necesitamos pensar que hay algo ahí, sin saber donde ni que es.
Soy incapaz de entrar a valorar como es cada religión, cuál puede ser la mejor, cada uno piensa que es la suya, el catolicismo, el budismo, el hinduismo, el islamismo…Pero todos tienen algo en común, la fe, la creencia en algo, un dios sobre natural que nos protege cuando hacemos lo que nos dice y que nos ajusticia cuando no lo hacemos. Al fin y al cabo es el mismo Dios.
Quizás, ese Dios que nos cuentan, que todos buscamos, y que no conseguimos ponernos de acuerdo los humanos…no esté más lejos de nosotros mismos.
Quizás sea algo distinto al Dios de todos, algo diferente. El Dios de uno mismo, esa alma que no conocemos, que nos marca un camino subconsciente, que nos atormenta cuando hacemos el mal y que nos reconforta cuando hacemos el bien. Ese lado de nosotros al que pedimos que nos proteja, que nos cure de enfermedades, que se solucionen los problemas, ese que paralelamente construye nuestro destino, al que le atribuimos las casualidades…En nuestro interior, sabiendo escuchar el otro latir de un corazón podemos encontrar a nuestro Dios, porque no hay mayor fe, que la fe que podamos encontrar en uno mismo…

jueves, 16 de diciembre de 2010

Help

Ya no soy un joven rebelde, un tipo inconformista, nunca lo fui. Ya no salgo a quemar las calles, a escupirle al mundo, nunca lo hice. Ya no mato por amor, no muero por celos caprichosos, nunca fue ese mi estilo. Ya no recorro ciudades, no me basto a mi mismo para corregir destinos, nunca fue así. Ya no tengo seguridad suprema, ya no resuelvo mis dudas mojadas en cerveza, nunca lo conseguí.
Hoy no soy tan joven como ayer, tengo sobrepeso de comerme el mundo con el envoltorio puesto, por eso será que aun no se a que sabe realmente.
Tengo dudas de dudar, esas que no tenía ayer, esas que no dudaba tener.
Hoy no soy tan joven como ayer, las puertas abiertas ahora están entornadas, los vasos medios llenos, medios vacios son suficientes para necesitar un salvavidas.
Ayúdame si puedes, poder es querer, querer no sé que es. Ayúdame, mi independencia se está perdiendo en la neblina de este cálido otoño. Ayúdame, lo pido como también los pidieron los Beatles, lo pido a algo que no tiene ni nombre ni silueta.
Pido una dosis de compañía astral que cubra ese intervalo que hay entre soledad y soledad. No sé que es, no se a quien lo pido.
Me bebo otra cerveza, pienso, y…quizás no esté tan mal.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Crisis Existencial...

¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Como es mi vida? ¿Cómo quiero que sea? ¿Quién es ese tipo que te sostiene la mirada enfrente del espejo? Crisis Existencial…
Una vez en la vida, una vez al año, una vez al mes…viene, aparece, atormenta tus existir, te llena la cabeza de preguntas sin respuesta y hace de la cama y/o del alcohol tu mejor aliado. Normalmente llega acompañada de la sabiduría que da el fracaso, de la decepción catastrófica de un día común, de los malditos estereotipos grabados a fuego por la sociedad.
¿Quién soy? Mi nombre, mi dni, mis datos, ¿Qué es lo que me identifica y me hace diferente del resto de los mortales? Este cuerpo humano que transporta mi ser, éste que a veces venero, y a veces odio con todas mis ganas. Esta forma de aparentar, esta forma de ser, a veces me siento encantado de conocerme, a veces, me gustaría no haberme conocido nunca. Nos preguntamos, realmente, como queremos ser. No seremos ser, como queremos ser.
¿A dónde voy? Me entristecen los pueblos, me ahogan las ciudades, me falta el dinero, me angustia ver las mismas calles. Mañana llega en diez minutos y aún pienso que será de mí, la casa donde habitaré, al trabajo que asista y el dinero con el que pague, la cama de ochenta o de ciento veinte, las vistas desconocidas de mi ventana, la persona que me prepare café por la mañana.
¿Cómo es mi vida? La rutina me envuelve en una gran depresión, la vulgaridad es el día a día, la acción y la pasión solo aparece en las pelis. Mis estudios solo sirven para aumentar la extensión de mi curriculum, las clases cuadriculadas me hacen volver a 3º de ESO, la gente que me rodea no colma mis ficticias aspiraciones sociales.
¿Cómo quiero que sea? Sonreír e ir con la cabeza bien alta por las calles. Que los seres superiores nos den palmaditas en la espalda de reconocimiento por las cosas bien hechas. Una vida activa y excitante, recorriendo ciudades ligero de equipaje, firmando autógrafos en los aeropuertos a viajeros que guardan pacientes esperas. Ser objeto de envidia del vecino y ejemplo a seguir como esos que nos impone la televisión.
¿Quién es ese tipo que te sostiene la mirada enfrente del espejo? Ese que te mira fijamente después de darle un manotazo con agua, ese que no conoces tanto como crees. Ese que emprende una lucha sin cuartel contra ti, ese tu partido en dos diferentes, este cuerpo-mente separado por momentos…¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Cómo es mi vida? ¿Cómo quiero que sea? ¿Quién es este puto desgraciado que no deja de mirarme en el espejo?
Lo seguro, es que después de unos minutos, unas horas, unos días de crisis existencial, se suelen tomar unas serie de opciones que pueden cambiar tu vida, a mejor, a peor…mi últimas dudas existenciales supuso la creación de este blog que ahora escribo…¿a cambiado mi vida? Por ahora, ni lo más mínimo…

viernes, 10 de diciembre de 2010

Algún día...

Nos mirábamos, dejábamos pasar el tiempo, no nos importaba el tic-tac del reloj. Las horas corrían, el fin de semana se desvanecía a nuestros pies fríos, asomados por debajo del edredón. Nos besábamos, no necesitábamos nada más para esta bien, para ser felices, esa felicidad que se tiene cuando te sientes completo, el placer del deseo que reporta la felicidad. Hablábamos, interminables momentos tendidos a lo largo de un pequeño colchón, la facilidad de expresarte cuando tu presente es ahí y ahora, a veces, era de día, a veces anochecía, no importaba mucho si eras tú la que estaba ahí.
Paseábamos a ningún lugar, caminábamos juntos sin saber a dónde, ni porque, pero andábamos por una misma vereda, esa que puede ser interminable sin mirar más allá del ayer. Reíamos, con fuerza, por simple gestos, anécdotas compartidas que sabían a complicidad, la complicidad de eternos viajeros.
Dormíamos, despertábamos desubicados, pero todo volvía en sí, al escuchar cada latir, tu despertar sereno, la primera mirada de las princesas de mis sueños.
Compartíamos canciones entre besos y birras, curioseábamos libros, escribíamos relatos contra el mundo y sus reflejos. Recorrimos mil ciudades, nos besamos en cada puerto, traspasamos fronteras sin más bagaje que lo puesto.
¿Dónde estás? Musa de mis sueños, yo sigo esperándote cada noche que no duermo, cada despertar tardío, cada resaca solitaria en esta habitación que no conoces, la que se queda vacía cuando te marchas, la que espera deseosa tu regreso.
¿Dónde estás? Aquí sentado te espero, algún día a de llegar, esta mitad de mi que yo deseo.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Al paso del Funcionario...

Mi futuro está claro, seré funcionario. Si por casualidad me desviara de tal destino ya se encargará la sociedad de recordármelo. Mis padres me lo repetirán en la comida, mis amigos me hablarán maravillas de tal oficio, y, por supuesto, aquellos que ostenten dichos cargos serán objeto de nuestras más sinceras envidias.
No será difícil llegar, un conocido de mi tío me colocará al instante en mi trono, firmaré mi examen manipulado y me reiré de esos ilusos que se pasan la vida estudiando por un puesto que es para mí.
Me despreocuparé de pensar el resto de mi vida, nada ni nadie podrá desbancarme de este sillón funcionarial, pondré sellos cuando me apetezca y saldré a desayunar cuantas veces quiera. Pasearé por la ciudad, haré mis compras, sacaré a pasear al perro y atenderé con desgana a los ciudadanos de a pie que viven con tanta prisa. Seré causante de largas colas humanas, y cuando me empiecen a agobiar los enviaré a las ventanillas de mis compañeros, esos vagos que solo piensan en el escaqueo.
Me venderé al mejor postor, seré lameculillos del gobernante de turno y ascenderé a puestos de mayor rango con facilidad. Vestiré las mejores ropas y mis hijos irán a los mejores colegios. Tendré mi vida solucionada con mi buen sueldo, mi plan de pensiones y todo sin mover un dedo… ¿Qué más se puede pedir?

lunes, 6 de diciembre de 2010

No es lo mismo...Lo mismo es.

Pretendemos ir lejos, esta todo aquí al lado.
Nunca cenaremos en el Bulli, ni en el Asador Donostiarra, ni beberemos los mejores vinos. Pero tenemos las tapitas del bar de la esquina, los vinos de las tascas escondidas, el pan con aceite de Jaén.
No tendremos una cita romántica con una modelo, tampoco desfilaremos por alfombra roja con una famosa del brazo, ni besaremos con pasión a las chicas de actualidad. Pero seremos tan felices con cada abrazo, con cada cita común, con la magia que desprenden esas anónimas encantadoras.
No levantaremos la copa del Rey en el Calderón, tampoco jugaremos Champions League, ni defenderemos a la Roja junto a Casillas. Pero disfrutaremos al máximo de cada pachanga con los amigos, nos sentiremos grandes con cada aplauso en los pueblos, mojaremos en champagne nuestro pequeños grandes éxitos.
Nunca tocaremos en un grupo de Rock, tampoco seremos perseguidos por groupies deseosas, ni daremos conciertos en Villarrobledo. Pero seguiremos cantando en la ducha ante imaginarias fans, gritaremos nuestras canciones preferidas cerveza en mano, golpearemos viejas guitarras en la magia de una habitación oscura.
Nunca asistiremos a fiestas en zona Vip, tampoco despilfarráremos líquidos de tres mil euros en las noches Ibicencas, ni los camareros se inclinarán a nuestro paso. Pero seremos tan felices con una buena cerveza fría, con el ron barato de los supermercados, con cada botellón compartido con amigos.
No tendremos amigos actores de Hollywood, tampoco estará en nuestra agenda el número de Messi, ni nos llamará Bisbal para felicitarnos la Navidad. Pero tenemos a los nuestros, a los del día a día, a los mejores amigos de mundo que nunca nos fallan.
Nunca llegaremos a culminar todos estos ficticios sueños, pero seremos tan felices con estas pequeñas cosas…

viernes, 3 de diciembre de 2010

A tomar por culo el mundo

Serán los años, la sociedad, las circunstancias, la globalización, la crisis, el cambio climático o los bares que no ponen tapa, los culpables de esta cada vez más agria forma de ser. Comienzo a no soportar lo insoportable, a rugir y blasfemar por cosas que antes no lo hacía, a decantarme de lados que rompen mi neutralidad, a enervarme por simples hechos.
Y es que el día a día, el paso de tiempo, el convivir dentro de una sociedad de la que formo parte, hace ver lo egoísta e hipócrita que podemos ser los seres humanos.
No soporto aquellos que pretenden culminar su pirámide de necesidades a costa de cualquiera que se cruce en su camino, a los que buscan sus objetivos por encima de todo y de todos, a los que pisotean, desprestigian y mienten por conseguir un puñado de €uros, una novia modelo, la mejor nota en un examen o un chalet en Puerto Vanús.
Me desesperan los aires de superioridad, los bigotes señoriales, los que sacan a pasear su lagarto en el pecho o los que golpean una bola encima de un caballo. Estos que miran por encima del hombro al resto de la gente corriente.
Me entristecen los inmovilistas, los que viven con unas ideas fijas a pesar del paso del tiempo, esos que dedican su vida a frustrar los sueños de los demás, a la crítica y a la fácil burla a esos otros que pretende innovar, cambiar sus rutinarias vidas.
Ardo en cólera con aquellos que provocan, que salen a buscar pelea, a montar bronca, a los matoncillos de barrio que apalean al primero que se le cruce por la calle, a los que codean y pisan en los pub en busca de respuesta.
No tolero a los que humillan, a los que basan su humor en reírse de los demás por aspectos físicos, por su forma de vestir, por su forma de pensar y razonar, aquellos que discriminan por razones de sexo, de raza, de procedencia.
Y, a menudo, no me trago ni a mí mismo…seré uno de ellos.