lunes, 20 de diciembre de 2010

¡Ay Dios!

Recuerdo mi primera comunión, mi elegante traje de capitán de la marina con un largo cordón dorado, mis amigos vestidos de igual forma y a las niñas de mi clase disfrazadas de guapas novias en miniatura con sus rosarios colgando de sus delicadas manos.
Recuerdo que cada uno teníamos una función en esa misa de domingo, unos leían breves párrafos de la biblia, otros ayudaban al cura a preparar los utensilios, y otros transportábamos los vinos en un carrito hacía el altar.
Después de probar el cuerpo de Cristo, un trocito redondo de pasta de harina que preparan en la panadería de la esquina, de hacerme mil fotos con medio pueblo, fuimos a degustar un gran banquete en homenaje a mí, en mi honor.
Era el centro de atención, mis tíos me regalaban billetes de mil pesetas, mis primos querían que yo fuera su pareja en los juegos, y todos me miraban sonrientes cuando cortaba la tarta con una espada de caballero medieval.
No sabía muy bien que se celebraba, a que se debía tanta celebración, pero fue un día muy bonito. En catequesis nos decían que era un proceso del cristianismo, un paso para acercarnos a Dios, algo que manda la Santa Madre Iglesia. Todo lo que nos contaba era la verdad eterna, el camino ideal del buen cristiano.
Pero con el paso del tiempo fui aprendiendo que la ciencia había demostrado que el hombre no se creó de un poco de barro del suelo, ni la mujer de una de las costillas del hombre, siempre dependiendo de él. Que no fue Eva la culpable de la expulsión del paraíso, ni que el creador fue a echarse una caña al bar después de seis duros días de trabajo.
Comprendí que el cura era un ser humano, un hombre de carne y hueso, que si bebe más vino bendito de la cuenta se pone ciego, que tiene necesidades fisiológicas, y que miente, rechaza, desprestigia y es egoísta, igual que lo somos el resto.
No pude entender como a lo largo de la historia las mujeres eran quemadas en las plazas de los pueblos acusadas de brujería, como eran las culpables de todos los males del universo, y como se inventaron que su función vital era satisfacer al hombre, servirlo y darle hijos
Comprendí que los tronos de las Semanas Santas, solo son figuras de madera carísimas adornadas de mantos y oros que cuestan autenticas fortunas. Que la Iglesia amasaba grandes capitales, como imposición a los ciudadanos, subvencionadas por los Estados y que muchas personas mueren de hambre bajo su principio de solidaridad.
Pero, a pesar de mi evidente laicismo, me veo incapaz de discutirle a nadie sus creencias, respeto la fe de mis mayores, sus misas, sus rezos, sus procesiones. No puedo oponerme a convivir con esto, la devoción de los creyentes, el sentimiento de protección espiritual que le da la fe. Necesitamos pensar que hay algo ahí, sin saber donde ni que es.
Soy incapaz de entrar a valorar como es cada religión, cuál puede ser la mejor, cada uno piensa que es la suya, el catolicismo, el budismo, el hinduismo, el islamismo…Pero todos tienen algo en común, la fe, la creencia en algo, un dios sobre natural que nos protege cuando hacemos lo que nos dice y que nos ajusticia cuando no lo hacemos. Al fin y al cabo es el mismo Dios.
Quizás, ese Dios que nos cuentan, que todos buscamos, y que no conseguimos ponernos de acuerdo los humanos…no esté más lejos de nosotros mismos.
Quizás sea algo distinto al Dios de todos, algo diferente. El Dios de uno mismo, esa alma que no conocemos, que nos marca un camino subconsciente, que nos atormenta cuando hacemos el mal y que nos reconforta cuando hacemos el bien. Ese lado de nosotros al que pedimos que nos proteja, que nos cure de enfermedades, que se solucionen los problemas, ese que paralelamente construye nuestro destino, al que le atribuimos las casualidades…En nuestro interior, sabiendo escuchar el otro latir de un corazón podemos encontrar a nuestro Dios, porque no hay mayor fe, que la fe que podamos encontrar en uno mismo…

2 comentarios:

  1. Hoy era uno de esos días en que la angustia te agarra la garganta y no te deja respirar. De esos días en que deseas llegar cuanto antes a casa para esconder la cabeza entre las sábanas como una avestruz.
    Pero casi sin querer, comienzo a leerte (créetelo) y a reir. Me he leído todo tu blog de una tirada y la sonrisa no me ha abandonado.
    Gracias. Gracias por haberme cambiado, sin querer, el día. Gracias.

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  2. No te imaginas la ilusión que me ha hecho leer tu comentario...si has pasado un buen momento leyendolo ya es motivo más que suficiente para justificar su creación. Gracias a ti.

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