jueves, 23 de diciembre de 2010

A mis 26...

A mis veintiséis, veinticinco y medio dicen que aparento, cada son más las voces que me repiten que llega el delicado momento, de retirarme de estas juventudes veniales, de sentar la cabeza, de buscarme un buen trabajo, de firmar la hipoteca.
De encontrar a la mujer del resto de mis días, de pasar por el altar, de engendrar descendientes, de acostarme cuando anochezca, de no dejar asignaturas pendientes. Ya no debo cerrar los bares, plantearme ir dejando la cerveza, dejar de quemar ciudades hasta el amanecer, esto ya no me pega.
Que debo dejar informalidades, vestir de chaqueta, peinarme como un buen hombre de bien, ir adaptándome al sistema.
Ya debo ir fijando un hogar, unas cuatro paredes que me vean envejecer, que ya no se lleva recorrer países sin saber donde caer.
Y cuando recuerde momentos pasados, recuerdos lejanos, de las juventudes tardías, no pueda evitar un escalofrío melancólico, de esos tiempos mágicos que no volverán.
Pero sin prisa, que a la vida de adulto nunca me he acostumbrado, que los años de rutina y sofá todavía no han llegado, que el cura que ha de escuchar mi si quiero todavía no es monaguillo, que el jefe que me va a explotar aun no le ha crecido el bigotillo.
Que me sigo aferrando a sueños de adolescente, me van a seguir resultando extrañas las camas donde despierte, que aún me saben a gloria esos besos que saben a Whisky barato, que voy a seguir viviendo borracho las bodas de mis allegados.
Que sigo ardiendo en deseo de ser viajero del mundo, no me canso de seguir conociendo anónimos profundos, que debo seguir adentrándome en los placeres prohibidos de la pobreza, que mi vida no está hecha para decir “Perdón por la tristeza”

Basado en una canción de Joaquín Sabina “A mis cuarenta y diez”

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