jueves, 10 de febrero de 2011

Una, y no más...

“Esta será la última entrada que publique en este triste blog” Esta frase me la repito cada vez que escribo, sin saber muy bien porque lo hago. Cada vez que vuelvo a leerlo y cada vez encontrarle menos sentido. Esta será la última vez que me invadan los delirios mentales y plasme en Word palabras absurdas contra el mundo, intentando construir aquello que nunca supe cómo hacer.
Esta será la última que apague la luz, me meta en la cama, escuche mi música favorita, y mientras el universo se detiene, relate desde este viejo ordenador este trocito de mí que yo mismo desconozco.
No vendrán más, con esto es suficiente, nunca he sabido que escribir, ni como, ni para que, ni porque, ni a quien, ni hacia donde me llevarán estas letras que me asedian una tras otra noche cualquiera.
Ya no habrá más, estoy cansado de escribir, no he escrito nada, y ya noto la losa de lo que he escrito.
La vida sigue su ritmo, el sol sale cada día, y cada uno intenta moldear su destino de la forma que cree que más le conviene. Mis palabras en negro sobre blanco solo son pasatiempos de noctámbulos sin más oficio que seguir soñando despierto esta vida paralela que me acompaña.
Este será el último, no habrá más. Pero algo en mi interior me dice que después de este punto final de los finales, le seguirán dos puntos suspensivos…

domingo, 6 de febrero de 2011

No quiero ver

Paso otra tarde sentado frente al televisor, sin nada que ver, otra tarde más con los ojos abiertos, sin saber que estoy mirando, otra tarde más en la que miro y no quiero ver lo que estoy viendo.
No quiero ver la especulación con el pan de mis hermanos que mueren de hambre, el libre comercio de vidas que no valen nada, las lágrimas con sudor de los que no tienen agua para beber.
No quiero ver la injusticia de la justicia de hoy, los criminales de corbata en el cuello que deciden destinos, la ley para el rico que paga con sucio dinero, el derecho sin deber tan trágico.
No quiero ver las guerras, las bombas ni las espadas en el cielo, la gente inocente masacrada por los líderes del odio y el rencor, el desagradable olor a pólvora en una fosa común.
No quiero ver la demagogia, la mentira de verbo fácil, los elegidos para dominar planetas subidos en un atril, el mitin de las ansias de poder.
No quiero ver largas colas de paro, el capitalismo repartido para unos cuantos, la globalización que solo engloba el dinero.
No quiero ver el maltrato, la violencia en cualquier acto, el robo de vidas y las furias contra aquellos que solo querían vivir.
No quiero ver las banderas que delimitan espacios, ni los tres mundos en uno solo, ni razas arias contra razas menores.
No quiero ver la sangre azul, ni marqueses de mi tierra, ni condes de nada condenados a ser ricos para siempre, no quiero ver túnicas alzadas con alzacuellos, ni rezos a un madero seco, ni confesiones a religiones ricas y reinas que atenazan el planeta.
Solo quiero ver libertad en la tierra, que desaparezca el egoísmo, el odio, el rencor, y que infinitos corazones luchen por el amor y olviden cualquier guerra.
No quiero ver todo lo que veo, si algún día al abrir los ojos no veo lo que mis ojos ven, no sería este mi mundo, si no otro que jamás veré.

martes, 1 de febrero de 2011

Era la hora de huír

Sonó la alarma del móvil a la hora prevista, era la hora de huir. Se levantó de la cama sin hacer el mínimo ruido, se vistió rápido y escribió en papel algunas frases sobre la mágica noche vivida, colocó la hoja con cuidado debajo de la almohada y se alejó poco a poco. Mientras él salía con sigilo de la habitación, ella seguía durmiendo desnuda a un lado de la cama.
Salió del edificio hacia una amplia avenida, caminaba despacio, fumaba un cigarro, y pensaba en otra noche perfecta, era la tercera vez en el mes que hacía esto. Le encantaba la sensación de escapar como un fugitivo de guerra después de dar los besos más dulces esa noche, dejar el vacío en la cama sin estar previsto y sumergir a la amante de turno en el mayor quebradero de cabeza al despertar, resaca incluida.
Ella despertó, se abrazó a la ausencia de su hueco en la almohada y al fin pudo comprobar que no estaba. Encontró una hoja envuelta entre las sábanas y comenzó a leer. No pudo evitar que unas lágrimas le recorrieran las mejillas, el corazón le palpitaba fuerte al leer las letras de aquel desconocido, sentía un amor inmenso y al mismo tiempo lo odiaba por largarse de ese modo. Aún estaban tan presentes sus besos, sus caricias que era imposible echarlo de menos. Buscaba ansiosa entre el folio algún dato, alguna dirección, un número de teléfono que al lado pusiera “llámame”, ni siquiera sabía su nombre – “que adelantas sabiendo mi nombre, cada noche tengo uno distinto” le dijo el chico la noche anterior. Volvió a dejarse caer en la cama, sin dejar de pensar en él, con la esperanza de encontrarlo algún día.
La vida siguió, y tras el paso de unas semanas...
Sonó la alarma del móvil a la hora prevista, era la hora de huir. Se levantó de la cama sin hacer el mínimo ruido, se vistió rápido y al mirar a la cama, pudo comprobar que era ella la que ya no estaba. No sabía cómo reaccionar, no sabía que escribir, se había desarmado su rutina habitual. La buscó como un loco por todo el piso, pero ella no estaba. Recordaba la noche anterior, sus besos eran distintos a los de las demás, no podía quitársela de la cabeza, deseaba volver a verla. Salió del piso sin saber muy bien dónde ir, al buscar un cigarro en el bolsillo encontró una hoja de papel que no era suya. La abrió y comenzó a leer…
“De alguna manera tendré que olvidarte, tendré que olvidarte de alguna manera, y que mejor modo que dejarte escapar mientras observo tus pasos por la ventana, sin tu saber que jamás volveré a verte”.
Y allí quedó el chico, sentado en un bordillo de la acera releyendo una y otra vez esa hoja, experimentando esas desagradables sensaciones y quebraderos de cabeza que habían tenido sus chicas anteriores, sin ya nunca saber cómo sería esa segunda vez.