martes, 1 de febrero de 2011

Era la hora de huír

Sonó la alarma del móvil a la hora prevista, era la hora de huir. Se levantó de la cama sin hacer el mínimo ruido, se vistió rápido y escribió en papel algunas frases sobre la mágica noche vivida, colocó la hoja con cuidado debajo de la almohada y se alejó poco a poco. Mientras él salía con sigilo de la habitación, ella seguía durmiendo desnuda a un lado de la cama.
Salió del edificio hacia una amplia avenida, caminaba despacio, fumaba un cigarro, y pensaba en otra noche perfecta, era la tercera vez en el mes que hacía esto. Le encantaba la sensación de escapar como un fugitivo de guerra después de dar los besos más dulces esa noche, dejar el vacío en la cama sin estar previsto y sumergir a la amante de turno en el mayor quebradero de cabeza al despertar, resaca incluida.
Ella despertó, se abrazó a la ausencia de su hueco en la almohada y al fin pudo comprobar que no estaba. Encontró una hoja envuelta entre las sábanas y comenzó a leer. No pudo evitar que unas lágrimas le recorrieran las mejillas, el corazón le palpitaba fuerte al leer las letras de aquel desconocido, sentía un amor inmenso y al mismo tiempo lo odiaba por largarse de ese modo. Aún estaban tan presentes sus besos, sus caricias que era imposible echarlo de menos. Buscaba ansiosa entre el folio algún dato, alguna dirección, un número de teléfono que al lado pusiera “llámame”, ni siquiera sabía su nombre – “que adelantas sabiendo mi nombre, cada noche tengo uno distinto” le dijo el chico la noche anterior. Volvió a dejarse caer en la cama, sin dejar de pensar en él, con la esperanza de encontrarlo algún día.
La vida siguió, y tras el paso de unas semanas...
Sonó la alarma del móvil a la hora prevista, era la hora de huir. Se levantó de la cama sin hacer el mínimo ruido, se vistió rápido y al mirar a la cama, pudo comprobar que era ella la que ya no estaba. No sabía cómo reaccionar, no sabía que escribir, se había desarmado su rutina habitual. La buscó como un loco por todo el piso, pero ella no estaba. Recordaba la noche anterior, sus besos eran distintos a los de las demás, no podía quitársela de la cabeza, deseaba volver a verla. Salió del piso sin saber muy bien dónde ir, al buscar un cigarro en el bolsillo encontró una hoja de papel que no era suya. La abrió y comenzó a leer…
“De alguna manera tendré que olvidarte, tendré que olvidarte de alguna manera, y que mejor modo que dejarte escapar mientras observo tus pasos por la ventana, sin tu saber que jamás volveré a verte”.
Y allí quedó el chico, sentado en un bordillo de la acera releyendo una y otra vez esa hoja, experimentando esas desagradables sensaciones y quebraderos de cabeza que habían tenido sus chicas anteriores, sin ya nunca saber cómo sería esa segunda vez.

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