Llaman al timbre cuando
el partido más interesante estaba, presionábamos nuestro vaso para no movernos
del sillón resistiendo quién salía a abrir, finalmente a toda prisa recorrí el
pasillo y abrí la puerta. Detrás había un hombre de unos treinta años, ojos
tristes, tono serio, que sujetaba un carrito de la compra medio abierto, tras
mirarnos unos interminables segundos comenzó a decirme, “perdona que te
moleste, tengo dos hijos, llevo meses sin trabajo y no me queda más remedio que
salir a pedir comida de puerta en puerta, no es agradable pero…” “Tranquilo,
tranquilo no importa”, le dije con celeridad. Entré en la cocina, tras mirar
fugazmente en la despensa, cogí la típica bolsa de macarrones estudiantil,
tomate, salchichas, no sé que más…se las di, las metió en el carrito, me dio
las gracias y se fue. Cerré la puerta y me quedé un instante pensando en la
situación que acababa de vivir, volví al salón sin prisa, el partido seguía frenético,
- “¿Quién era?” Alguien preguntó, - “Un hombre, pedía comida”. – “¿Rumano?” Otra
voz preguntaba mientras no quitábamos la mirada de la televisión. – “No, era
español.”
Tras contarles por
encima lo sucedido, otro compañero comenzó a narrar otro caso parecido, se
trataba de un africano que vivía en su pueblo, perdió su trabajo, lo habían
echado de su casa, y llevaba tres días durmiendo en la calle, entre unos
cartones. Cuenta que se acercó a la instalación deportiva donde trabaja mi
compañero para pedirle que le dejara ducharse porque llevaba tres días en la
calle. Pasó sin problemas a ducharse, al terminar intercambiaron algunas
frases, esa persona le explicaba como había llegado hasta ahí, hasta ese
momento en que mendigaba una ducha caliente…mi compañero le dio 10 Euros para
que comprara comida y se marchó, - “Jamás vi una mirada que mostrara tanta
gratitud y a la vez tanta desolación”, comentó mi amigo. Al salir y apenas
caminar unos metros soltó su desgastaba mochila vieja, donde guardaba la poca
parte de vida que le quedaba, y comenzó a mirar el horizonte, mirada perdida,
rotando sobre su pies lentamente, una y otra vez sin tener fuerzas para que ni
su propio instinto pudiera marcarle un camino. Mi compañero lo observaba desde
la ventana, ese día comprendió la insignificancia del ser humano, la
incertidumbre llevaba a sus extremos más crueles, el futuro, tan presente, como
no saber si vivirás mañana, en el sentido literal de la palabra.
Otro amigo, a
continuación comenzó a contar como hace unos días un hombre le paró para
pedirle algo para comer, llevaba dos días sin probar bocado – “no supe como
reaccionar, le hice un bocadillo de atún y se lo di, se lo comió rapidísimo”.
Nos contaba. Otro amigo cuenta como una mujer mayor, al salir de su portal, le
pedía por favor que le dijera a su señora que si le podía “echar una hora de
limpieza en la casa”, que no tenía dinero, no tenía para comer. Y así llegaron
más historias, de amigos, de amigos de amigos, de como se sucedían en tiempo y
forma en los últimos meses.
Abrimos otro litro
mientras seguíamos contando sucesos parecidos, el partido pasó a un segundo
plano que solo renacía entre los silencios reflexivos de cada uno de nosotros,
finalmente terminó 0-0, aunque ya importaba poco. Así seguimos un buen rato
más, entre birra y birra hablamos de los pobres, de los no tan pobres, de los
ricos, de los no tan ricos, de como esta pequeña muestra es solo la más mínima
parte de la gente que no tiene para comer, que muere de hambre a diario.
La cerveza se terminó,
cada uno se fue a su habitación con un pinchacito en el alma, que, aunque rápidamente
cicatrizable, abre su herida de vez en cuando.
Comenzamos a ver como
esa África tan lejana ha cruzado el estrecho, como el vagabundo de los barrios
marginales ahora duerme en nuestro portal y de como, hemos ignorado este
problema siempre. El ser humano es despiadado, deja morir a sus hermanos para
engordar sus protuberantes tripas, especula con lo esencial, con el trigo, con
el maíz, con el agua. Derraman sangre inocente por avaricia, por los mercados
que lastran la esencia de la vida. ¿Qué somos? ¿En que nos hemos convertido?
Por muchas vueltas,
reflexiones, análisis, paranoia alcohólica…no podemos encontrar explicación. No
tenemos fuerzas, es más, no nos planteamos la más mínima acción para cambiar
esto, para cambiar todo, solo, a veces, cuando te pegan la bofetada en tus narices
a doble mano nos sentamos a reflexionar para olvidar mañana.
No tenemos explicación,
no tenemos fuerzas, solo nos cabe hacernos la pregunta más simple, pero la más
compleja, la tan comediada, la tan repetida, la tan abstracta, la tan absurda,
que solo nos cabe pronunciar un ¿por qué?