martes, 24 de abril de 2012

¿Por qué?


Llaman al timbre cuando el partido más interesante estaba, presionábamos nuestro vaso para no movernos del sillón resistiendo quién salía a abrir, finalmente a toda prisa recorrí el pasillo y abrí la puerta. Detrás había un hombre de unos treinta años, ojos tristes, tono serio, que sujetaba un carrito de la compra medio abierto, tras mirarnos unos interminables segundos comenzó a decirme, “perdona que te moleste, tengo dos hijos, llevo meses sin trabajo y no me queda más remedio que salir a pedir comida de puerta en puerta, no es agradable pero…” “Tranquilo, tranquilo no importa”, le dije con celeridad. Entré en la cocina, tras mirar fugazmente en la despensa, cogí la típica bolsa de macarrones estudiantil, tomate, salchichas, no sé que más…se las di, las metió en el carrito, me dio las gracias y se fue. Cerré la puerta y me quedé un instante pensando en la situación que acababa de vivir, volví al salón sin prisa, el partido seguía frenético, - “¿Quién era?” Alguien preguntó, - “Un hombre, pedía comida”. – “¿Rumano?” Otra voz preguntaba mientras no quitábamos la mirada de la televisión. – “No, era español.”

Tras contarles por encima lo sucedido, otro compañero comenzó a narrar otro caso parecido, se trataba de un africano que vivía en su pueblo, perdió su trabajo, lo habían echado de su casa, y llevaba tres días durmiendo en la calle, entre unos cartones. Cuenta que se acercó a la instalación deportiva donde trabaja mi compañero para pedirle que le dejara ducharse porque llevaba tres días en la calle. Pasó sin problemas a ducharse, al terminar intercambiaron algunas frases, esa persona le explicaba como había llegado hasta ahí, hasta ese momento en que mendigaba una ducha caliente…mi compañero le dio 10 Euros para que comprara comida y se marchó, - “Jamás vi una mirada que mostrara tanta gratitud y a la vez tanta desolación”, comentó mi amigo. Al salir y apenas caminar unos metros soltó su desgastaba mochila vieja, donde guardaba la poca parte de vida que le quedaba, y comenzó a mirar el horizonte, mirada perdida, rotando sobre su pies lentamente, una y otra vez sin tener fuerzas para que ni su propio instinto pudiera marcarle un camino. Mi compañero lo observaba desde la ventana, ese día comprendió la insignificancia del ser humano, la incertidumbre llevaba a sus extremos más crueles, el futuro, tan presente, como no saber si vivirás mañana, en el sentido literal de la palabra.

Otro amigo, a continuación comenzó a contar como hace unos días un hombre le paró para pedirle algo para comer, llevaba dos días sin probar bocado – “no supe como reaccionar, le hice un bocadillo de atún y se lo di, se lo comió rapidísimo”. Nos contaba. Otro amigo cuenta como una mujer mayor, al salir de su portal, le pedía por favor que le dijera a su señora que si le podía “echar una hora de limpieza en la casa”, que no tenía dinero, no tenía para comer. Y así llegaron más historias, de amigos, de amigos de amigos, de como se sucedían en tiempo y forma en los últimos meses.
Abrimos otro litro mientras seguíamos contando sucesos parecidos, el partido pasó a un segundo plano que solo renacía entre los silencios reflexivos de cada uno de nosotros, finalmente terminó 0-0, aunque ya importaba poco. Así seguimos un buen rato más, entre birra y birra hablamos de los pobres, de los no tan pobres, de los ricos, de los no tan ricos, de como esta pequeña muestra es solo la más mínima parte de la gente que no tiene para comer, que muere de hambre a diario.

La cerveza se terminó, cada uno se fue a su habitación con un pinchacito en el alma, que, aunque rápidamente cicatrizable, abre su herida de vez en cuando.
Comenzamos a ver como esa África tan lejana ha cruzado el estrecho, como el vagabundo de los barrios marginales ahora duerme en nuestro portal y de como, hemos ignorado este problema siempre. El ser humano es despiadado, deja morir a sus hermanos para engordar sus protuberantes tripas, especula con lo esencial, con el trigo, con el maíz, con el agua. Derraman sangre inocente por avaricia, por los mercados que lastran la esencia de la vida. ¿Qué somos? ¿En que nos hemos convertido?

Por muchas vueltas, reflexiones, análisis, paranoia alcohólica…no podemos encontrar explicación. No tenemos fuerzas, es más, no nos planteamos la más mínima acción para cambiar esto, para cambiar todo, solo, a veces, cuando te pegan la bofetada en tus narices a doble mano nos sentamos a reflexionar para olvidar mañana.

No tenemos explicación, no tenemos fuerzas, solo nos cabe hacernos la pregunta más simple, pero la más compleja, la tan comediada, la tan repetida, la tan abstracta, la tan absurda, que solo nos cabe pronunciar un ¿por qué?

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