Era
la forma ideal de liberar mis frustraciones, de soltar toda la rabia contenida
por lo ingrato que era la sociedad conmigo, tan solo tenía que acercarme a la
pequeña puerta de la despensa de mi antigua casa y golpearla de puntera una y
otra vez mientras apretaba los dientes con furia. Tras el paso de unos minutos
la irá había desaparecido.
A
veces me costaba dormir, vueltas y más vueltas de un lado al otro de la cama
que por más cansado que estaba se hacía imposible conciliar el sueño. Cada persona
tendrá sus hábitos para remediar esto, es mío no era muy sofisticado, consistía
en golpear la cabeza contra la almohada repetidamente, en un ritmo acompasado y
melódico que, quizás por cansancio o por el mismo aturdimiento que producían
los golpes, hacía que consiguiera dormir.
Siendo
muy pequeño, en alguna ocasión, mientras dormía en mi cuna prehistórica y los
mayores cenaban abajo en reunión familiar, mis primos subían en visita
furtiva para ver al bebe que era yo por
entonces. Al escuchar ruido, habría los ojos y solo llegaba a ver sus siluetas
salir de forma clandestina por la puerta de la habitación. Solo, sumido en la
oscuridad, en el silencio absoluto, lanzaba llantos sordos de tristeza agarrado
a una de las barras metálicas.
En
la misma época, todos los días paseaba con mi madre dentro de mi carrito
dirección a casa de mis abuelos, en el trayecto, no se como es posible
recordarlo, había un gran pino que se postraba ante mi, majestuoso e imponente.
Recuerdo como me esforzaba en estirar la mano para alcanzar una de sus suculentas
piñas. Nunca lo conseguí, materialmente imposible. En la actualidad el pino ha
desaparecido.
Hoy,
también me invaden frustraciones que no siempre pueden ser contenidas. A veces
también me cuesta dormir sin encontrar una explicación, incluso en algún
momento me he sentido tan sólo que lo mas inteligente hubiese sido ponerse a
llorar. También he alargado el brazo para alcanzar algún sueño, y este se me
resistió hasta que desapareció.
Son
las pequeñas trabas, los pequeños inconvenientes que nos encontramos a lo largo
de la vida, no importa la edad que tengas, ni tus artimañas para combatirlo.
Ahora,
mis frustraciones, mis desvelos, mis soledades sin estar tan solas, mis sueños
que se escapan...son mitigados con la más valiosa conversación con algún
soñador incansable, son reflexionados y meditados al reposo de un colchón, en
el cuál, día tras día, noche tras noche,
imagino, vivo y planifico la forma de alcanzar mis sueños, planeo el siguiente
plan malévolo para escalar un peldaño en mi particular pirámide de necesidades
y, a veces, me complazco de saber que tengo la inmensa fortuna de poder
manipular y decidir mi destino, de caer a los más profundos abismos y resurgir
con más fuerza con la dosis justa de deseo, con la certeza de que en el momento
que me disponga a dormir sin luchar por un sueño, habré muerto.
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